02 septiembre 2009

ORIGAMI Y LA LARGA VIDA

Cuenta una leyenda que aquel que haga mil grullas de papel tiene larga vida y felicidad. Alexander Paján, actor sensible y celoso, adivinó en ese mito el futuro de su creación: Origami Teatro. Algunos piensan que el conjunto se dedica al trabajo con papel, tal y como sugiere la antigua técnica japonesa; sin embargo, es el mensaje anterior lo que motivó el nombre. Eso, y la delicadeza que sugieren las caprichosas figuras.

En el Museo de Arte Colonial, frente a la Catedral de La Habana, este redactor ha tenido, en reiteradas ocasiones, la oportunidad de ver a un grupo de teatro laborioso y compacto como un ladrillo, esta vez, no siempre fácil de plegar. El trabajo los caracteriza, y la alegría permanente también.

—Antes de crear Origami, el público y la crítica reconoció tu labor en la obra de José Milián ¨Si vas a comer espera por Virgilio¨. ¿Cómo fue esa experiencia?

—Inolvidable. Acababa de llegar de Francia y no conocía la obra. Me contaron de un elenco anterior y del éxito que había tenido. En pocas palabras, era un reto. El día del estreno me senté en el pasillo del teatro Brecht y me dije: bueno, aquí o te alzas o te hundes para siempre. Cuando terminó la función, yo no podía asegurar cómo me había sentido. Me había “desconectado” del mundo.

—Por esa interpretación obtuviste un Caricato...

—Esa fue otra sorpresa. Ya había obtenido otros Caricatos en teatro para niños, y el premio Segismundo de actuación en esa misma modalidad, pero en esta ocasión ni siquiera me había inscrito. Podrán imaginarse mi cara cuando me mencionaron allí.

—¿Por qué el teatro para niños?

—Desde que estaba en la escuela me gustaba. Me fascina el teatro de muñecos. Con Origami lo experimento a menudo para jóvenes y adultos. Y es que es fantasía pura. Con los muñecos puedes hacer lo que es imposible como actor o director: volar, saltar por las paredes, desaparecer y aparecer, y cosas por el estilo. Es magia. Yo pienso que quien se inclina por ese tipo de teatro siente la misma fascinación, la cual, sin duda, parte de una limitación: quieres ver en escena lo que tú no puedes hacer.

“Ahora nos acechan los efectos especiales, y uno, que se debe a un público, se pregunta qué puede hacer en el teatro para llamar la atención. Para mí: encantar, sorprender... Por muy sencilla que sea la obra, siempre debes pensar en proyectarla con brillantez para que fascine y pueda revelar sus mensajes más recónditos”.

—¿Y el trabajo de Origami podría verse, entonces, como un intento por devolver esa ingenuidad perdida?

—Seguro. Creo que Origami ha encontrado un poco su línea, la del teatro para jóvenes. Esa es una dramaturgia un poco desaprovechada, y aunque sé de textos con esa inclinación, a veces o no te llegan o son algo peliagudos para llevarlos a escena. Y es que exige un desprejuicio total. Hay que entender de una vez por todas que la juventud necesita verse también en el teatro, reconocer sus conflictos, saberse parte de su época y sacar conclusiones sobre el destino de sus semejantes en un mundo cada día más confuso. Tal vez lo que hace Origami no encaje en esa línea, pero puedo asegurar que la intención es real, es como una meta a la cual queremos llegar. Nuestro procedimiento ha sido el siguiente: hallamos obras al azar y las recreamos, le insertamos mensajes que respondan al universo juvenil.

—Te gusta elegir fábulas pequeñas, sencillas y a partir de ellas montar un espectáculo que sea capaz de seducir... ¿Esa no sería una técnica para arrastrar al público joven a la sala?

—Hay que pensar en los espectadores que tenemos, en los tiempos que corren. Hemos logrado un público. Son cada vez más los jóvenes que se acercan a nuestros espectáculos. Nos pasó con ¨Shakespeare en letras¨, que la llevamos un fin de semana a El Sótano y nos quedamos dos meses, a teatro lleno.

“Ahora, ¿por qué insistimos con los jóvenes? Podría parecer gratuito, y nada de eso. Cuando estábamos preparando esta misma pieza, reunimos filmaciones hechas en la calle donde preguntábamos a la gente sobre el teatro, Shakespeare, y así. Nos sorprendió mucho que desconocían buena parte de la obra de Shakespeare. Ese es un material para estudiar seriamente.

“Esa es una de nuestras misiones: acercar a la juventud a la lectura de los clásicos, a investigar. Nosotros experimentamos con ¨Yerma¨, de García Lorca, y fue fabuloso el resultado. La titulamos ¨Yerma a destiempo¨, y allí, por ejemplo, una escena entre los dos protagonistas transcurre en un preuniversitario. Con ¨Galápago¨, igual. La fábula infantil ni siquiera termina así: la abuela no muere, es un final feliz. Hay que trascender esa primera lectura en función de otros públicos.

—Y esa propensión al musical, que a modo de incrustaciones recorre las propuestas de Origami, ¿no funciona en ese sentido?

—Por supuesto. Cuando el grupo se presenta, la gente sabe que va a ver de todo un poco, desde dramas intensos hasta escenas francamente humorísticas con leves pinceladas del teatro musical. Nuestros actores son muy dispuestos para eso, les encanta como a mí este tipo de espectáculo. Pero cuidado, en Origami nadie canta ni baila a tiempo total. Más bien lo que hacemos es pedir préstamos a ese género para recrear la puesta, hacerla más fluida.

“Tuve la suerte de ver teatro musical, y para mí fue tan fascinante que reafirmó mi idea de ser actor”.

—Origami es una gran familia, ¿estás de acuerdo con eso?

—Totalmente. No solo en lo que respecta al trabajo, el cual nos lo repartimos desde la escenografía y el vestuario hasta la labor de echar humo detrás del escenario, sino también que discutimos mucho, incluso de nuestras vidas íntimas. Eso es algo difícil de lograr en este medio, por eso me siento satisfecho.

—¿Qué quisieras con Origami Teatro?

—Todo. Pero hay algo que sí quisiera por sobre cualquier cosa, y es que mis muchachos no se separaran nunca. Llevan años juntos y comparten una historia muy profunda, de la cual formo parte y también siento nostalgia. Ellos llevan el teatro dentro, lo hacen con el corazón. No quiero infartos en la historia de Origami.

Fotos: Iván Acosta



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